Llevamos tiempo permitiendo que la política entre en nuestra casa, incluso, hasta que entre en nuestra cama. Algo tan personal y privado como nuestros sueños o el sexo están siendo politizados y controlados. Ni siquiera podemos cogernos a la certeza de nuestro propio yo, ahora transformado en un puro trámite público, en una convención social con propaganda institucional.
Mientras van predicando la cultura de los cuidados y la salud mental, llevan a cabo el odio al disidente, obligando a la gente a vivir en una insoportable impostura en la que se premia la exhibición de lo insustancial mientras se ridiculiza lo primordial. Nos definen etiquetas y nos guía la búsqueda de la aceptación impersonal en forma de likes o favs. No somos más que un aglomerado moldeable de fotos, publicaciones y tweets en acorde a los que generar falsas polémicas que nos incitan a tomar partido en cuestiones intrascendentes en cuanto al fondo, pero que nos emplazan a significarnos en cuanto a la forma. La libertad de expresión y de elección están siendo coartadas por una catarata de opresiones interseccionales que al final, acabará definiendo nuestros gustos y odios. En pocas palabras, están convirtiendo a la sociedad española en una sociedad blanda, sumisa y aborregada. La esclavitud moderna.
Sé que muchos dirán que lo dicho es exagerado, que es mentira, que no se ha cedido tanto. Bien, recordemos los últimos dos años y medio de nuestras vidas: nos dijeron que el virus no afectaría casi nada en España, se aceptó; después nos dijeron que el virus era muy peligroso y que nos tenían que encerrar en casa, se aceptó. Nos dijeron que las mascarillas no nos protegían del virus, se aceptó; después nos dijeron que las mascarillas eran lo único que nos protegía y que había que llevarlas hasta cuando se fuera solo por una calle vacía, se aceptó; pero después nos dijeron que aunque las mascarillas fueran obligatorias en una calle vacía, en un bar repleto de personas no era obligatoria, también se aceptó. Nos dijeron que una dosis de la vacuna valdría contra el virus, se aceptó; después nos dijeron que una no, que dos dosis, se aceptó; pero después dijeron que no, tres dosis y que aún así no protegía contra el virus, también se aceptó. Nos dijeron que la subida del precio de la electricidad y los combustibles era culpa de la guerra, se aceptó; ahora dicen que es culpa de no saber ahorrar y que hay que hacer lo que el gobierno diga para poder bajar los precios, y también se acepta. Aceptar, aceptar y aceptar. Cuando no se hace otra cosa más que aceptar todo, se pierde el poder de pensar, decidir y opinar. Seccionar estas tres cualidades, es justo lo que se hacía en la antigüedad con los esclavos. No pienses ni decidas ni opines, eres mío, y harás solo lo que yo te diga. En esto se ha convertido la sociedad española. Ha caído en las garras de un movimiento de opresión y absoluto control, en un movimiento que aunque solo sean los primeros pasos, lleva a la esclavitud moderna, la agenda 20 30.